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....poesía actual

 

Especiales Plebella

Dossier de poesía mexicana - Abril 2006

Introducción de Ehitel Silva Zegarra. Poemas de Ernesto Lumbreras, Carla Faesler, León Plascencia Ñol, Mónica Nepote, Rocío Cerón, Luis Felipe Fabre, Eduardo Padilla, Inti García Santamaría, Julián Herbert, Karen Plata.

 

 

Dossier de poesía mexicana contemporánea

Selección y nota de Ehitel Silva Zegarra

 

Nada hay como la pluralidad. El presente dossier de poesía mexicana presenta diez voces que han marcado el ejercicio poético reciente de este país. Voces poéticas que van desde autores nacidos hacia mediados y finales de la década de los sesenta, algunos autores de los setenta y dos novísimos de la década de los ochenta. Se le ha consignado el adjetivo de solemne a la poesía de México, nada más lejano a la realidad en nuestros días. La poesía que se produce en este país comienza a emerger como una poesía polifónica en la que la mirada cuestiona desde la propia Historia (la memoria es un bien común que los poetas no han olvidado) que nos antecede, referentes a otros autores de diversas nacionalidades, diálogos con la vida y objetos cotidianos, la violencia y la nota roja, la capacidad de habitar, de estancia en el mundo global, de Babilonias indecisas, de referentes culturales que se entrecruzan con la experiencia del barrio, de las calles, de una mirada naif, casi infantil que se pregunta por la vida. Ernesto Lumbreras, Carla Faesler, León Plascencia Ñol, Mónica Nepote, Rocío Cerón, Luis Felipe Fabre, Eduardo Padilla, Inti García Santamaría Julián Herbert y Karen Plata nos muestran en estos poemas que la moneda está en el aire y que la poesía mexicana se encuentra con una estupenda salud, llena de humor, de profundidad y con el estilete siempre hendido en la vida contemporánea que nos rodea. Poetas todos que cuentan con una poesía propia y que van marcando el paso de una tradición que está escribiéndose. Sea pues el lector un gozoso cómplice del presente concierto de voces y estruendos.

 


Ernesto Lumbreras
GLOSA DE UNA ESCENA INEXISTENTE
 DE EL PADRINO  DE FRANCIS FORD COPPOLA


Aquella primavera tuvo algo de iniciático.
Tras la última nevada contraté un jardinero.
"Piense en un rosal cárdeno. Una fuente de mármol
despierta en las visitas resentimiento o rabia.
No quiero convencerlo. Esta tierra reclama
un césped California. Si tuviera un jardín,
veo con buenos ojos una legión de gansos
picoteando el sol, los fantasmas, la lluvia."
Ninguna Babilonia estaba en mi cabeza.
Quería un recipiente para la luz de marzo,
con eso me bastaba. Cuatro meses atrás
abandoné la cárcel diez años más viejo.
Disentir con las rosas fue siempre mi divisa.
Si para mí la pólvora era el mejor atajo
también reconocía tres o cuatro caminos
que llevan a la noche. No sé, la recompensa
de administrar la muerte, el amor, la avaricia
se parece demasiado a un jardín con alberca,
con gansos, muchos gansos y una muchacha linda
preguntando si quiero un masaje en los pies
o la luna en las rocas.


EL JEFE DE LA ESTACIÓN DE TRENES, EN SU VEJEZ,
 PASA REVISTA  A  SUS NOVIAS DIFUNTAS

Pasó la vida sin verme enamorado
de todas las muchachas. Las quería
corriendo tras el canto de los grillos,
excitadas y trémulas, perdidas
en la luz del rayo verde que rocía
mis mejores ensueños. Ya pasaron
y me dieron sus ojos para verlas
todos los días y todas las noches
desde el fiel mirador de mi deseo.
Aquí estoy, no duermo más. Siempre despierto
las oigo ir y venir como la lluvia
en las selvas del trópico. Muy lejos,
el pito del tren me vuelve a mis faenas.
Sin embargo las amo, bellas todas,
y no pienso dejarlas, vivo o muerto,
irse sin mí, llevando el pensamiento
de respirar el aire que las viste.
Corran, ríanse, canten,  busquen grillos.
Con sus ojos las veo. Con mis ojos
las veré irse, como a la primavera,
cuando vuelve al infierno. Tropezando
con topos, con hormigas, con mis huesos,
algún día vendrán, aquí, conmigo,
a descifrar la música y los sueños.
del agua que corre bajo la tierra.

 

DEL DIARIO DE UN CAMPANERO


En mi duermevela oigo repicar los campanarios de una catedral sumergida. ¿Celebrarán estas esquilas fraternales la boda de una campana con el mar? No lo sé. En todo caso, esa brisa de resurrección trae a mi oído de artillero un redondo amanecer de ires y venires consagrados a las hechiceras ordenanzas del beso.

Decir como llegué a esta algarabía de bronces, me corta la respiración, me pone a reír en compañía de mis muertos. Tal vez fue en Cholula, el reino de mi exilio musical donde aprendí la lengua shabda de los sacristanes. Desde entonces, llevando a cuestas el badajo de la hermana mayor, las nupcias marinas me proveen el sésamo capital para ir al encuentro del aire pagano, allá, en las tierras altas.

 


Ernesto Lumbreras
(Jalisco, 1966). Poeta, crítico y editor. Ha publicado cuatro libros de poemas, entre los cuales destacan, El cielo (1998) y Encaminador de alma (1999). Realizó con Eduardo Milán Prístina y última piedra. Antología de poesía hispanoamericana presente (1998) y con Hernán Bravo Varela El manantial latente. Muestra de la poesía mexicana desde el ahora 1986-2002 (2002). Su libro más reciente es una colección de ensayos bajo el título Del verbo dar. Emboscadas a la poesía (2003). En 1992 obtuvo el Premio Poesía Aguascalientes.

 



Carla Faesler
Fiesta de Izcalli o décimo octavo mes


“…y a los hombres ataban unas sogas por medio del cuerpo,
y cuando salían a orinar, los que los guardaban
teníanlos por la soga porque no se huyesen.”
Fr. Bernardino de Sahagún
Historia general de las cosas de la Nueva España

Será sacrificado el cautivo
Así, de la manera que aquí sigue:
primero, se le arrancan los cabellos,
sólo de coronilla, no los otros.
Se recogen en cajas los mechones
porque son las reliquias de este día.
Entonces se le lleva hacia el templo,
porque él será la ofrenda de la fiesta.
Hay veces que no quieren, van llorando,
y como que se caen por el camino.
Si no quieren subir, se les obliga
por los pelos. Así se les arrastra,
aunque cueste trabajo. Da coraje
mas con la fiesta luego uno se olvida.
De No tú sino la piedra

 

La casa del investigador


Había en el florero un ramillete de brazos.
Mi amigo me había hablado
de un busto de cadáver sobre el piano,
que tenía una peluca.
Guardaba el anfitrión, para los niños,
en una estancia alegre y llena de color,
fetitos momificados con ropa de muñeca.
Noté algunas piernas de señorita
al pie de las puertas para impedir chiflones
y en su gran biblioteca, una pálida lengua
había sido adaptada como control de tele.
Varias nalgas servían de cojines en los amplios sillones de la sala.
Durante la comida, le pedí una cuchara
y abrió un largo cajón del trinchador
lleno de pies dispuestos, uno después del otro,
en cuyos muchos dedos se ordenaban, de plata, los cubiertos.
Tomamos el café en la terraza,
la sombrilla tenía color de pergamino.
Un intestino grueso servía como manguera
y una mano sin uñas hacía de rehilete sobre el pasto.
Para espantar las moscas,
en el techo giraban unos ventiladores
hechos con cuatro fémures y cueros cabelludos.
Como adorno en el baño,
ojos de mil colores bajo el agua,
en un bibelot de cristal cortado.
Estaba pensando en donar mi cuerpo,
cuando muera, a la ciencia.
Pero sería más útil dar mi computadora.
De Anábasis Maqueta

 

El ser original

Se pone los zapatos en las manos,
se peina el pelo púbico
y usa en la lengua make-up.
En los pies lleva lentes bifocales y un ojo de cristal en el ombligo,
calcetín en el pene,
camisas de tres mangas.
Se pinta las arrugas de la frente con un lipstick de marca.
En los ojos dos parches color carne.
Largas le son las horas,
al igual que a sus tías.
Manda a comprar sus kleenex para el llanto y la gripe,
se ahoga con la almohada los aullidos.
Deja en la tela máscaras mojadas.
Toma los largos vasos de cerveza,
se besa en los pellejos de los labios.
Espera en el teléfono la voz que resucite los colores.
Los colores del prisma iguales para todos,
arrugas para todos, las voces para todos.
Almohadas para todos,
el lipstick para todos, largos vasos de todos.
Se buscan secreciones novedosas
y humores nunca vistos.
Se busca un nuevo hígado,
también un nuevo páncreas.
Un nuevo corazón y nueva la vejiga.
Otros también pulmones.
Cuerpo nuevo de nuevo.
De Anábasis Maqueta



Carla Faesler
(Ciudad de México, 1967). Es autora de los libros de poemas Anábasis Maqueta, México, Editorial Diamantina y Difocur, 2003 (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen), No tú sino la Piedra, México, Ediciones El Tucán de Viginia 1999 y de la plaquette Ríos sagrados que la herejía navega, México, Ediciones Mixcóatl, 1996. Cofundadora de MotínPoeta, colectivo generador de proyectos interdisciplinarios cuyo punto de partida es la poesía.




León Pascencia Ñol
Justo agora (prá vôce)

Justo ahora una milésima de aire, algo en el párpado
que daña. Es la belleza, o una cierta manera de esforzarse,
como los tordos una tarde. Deberías
tratar de comprender un poco más lo dicho─
El suelo no alcanza a sobrevivir
los pasos y cierta música:
“Apreender com as palabras a substância mais nocturna
é o mesmo que povoar o deserto
com a própia substância do deserto” [1]
. ¿Dice algo
la seña del umbral?, ¿una tarde encendida?
Hay en los ojos un halo negro orientado a los labios
para decir: vi el rastro que se tejía
en el  vuelo de las palomas.
Dices: eres un niño, y es el gesto de tu mano
naturaleza distinta.
                                    Aprender con las palabras
un mapa idéntico al de afuera. Dices: un simple gesto
de belleza romana es el asombro. Hay una ciudad oculta en ésta
y un cielo suspendido en el ahora.
De alguna manera tendría que ser la risa la que nos salve,
o la compostura de animal herido. Dices: me pierdo
en el reverso de lo que duele, justo ahora,
se va dispersando el otoño en la plaza. Hay humedad
y rumor en la cantera. Quedan manchas
que no desaparecen. Ásperas aguas
de una piel distinta. Daña la belleza─
El corocoro rojo debe su plumaje carmín
a ciertos gusanos. (Un océano de lodo para tanto festín).
Queda algo en el párpado, una milésima de aire:
la rama se doblega al impulso que proviene de la mano.
Una frase blanca, tal vez visible, es la periferia de esta imagen:
“O texto circula, a golpes de ar, em obscuras feridas, em claros movimentos” [2]
.
Dices: las razones del olvido navegan entre dos islas.
No existe lejanía entre el árbol incendiado y tu sueño.
“Busca apoyo en la mano
una sien que disputan lo efímero y lo bello [3] ”.



Paisaje y gestos

Si fuera tú, le digo,
esperaría primero una imagen antes
de intentar un discurso natural. Por ejemplo,
preguntaría sobre las gotas esparcidas
en las baldosas y no por el duque de Sforza.
Lo vimos aquel día, ¿lo recuerdas? Aunque creo lo olvidaste,
como las flores que tiramos a la basura. Hay gestos
tan livianos que están presentes: un poco
de café en tu boca, el dedo
que toca la expresión de extrañeza de tu ceja. Una nube
que es serpiente. Algo de Valéry
diría pero callo. Había montículos
de arena, zonas abandonadas, una estrella reluciente
en pleno azul y una franja de robles al cruzar
tan sólo la avenida. Si fuera tú, detendría la vista
en este paisaje de edificios. Son hormigones, concreto
que se alza. Pero no hay abandono, hay belleza
entre los escombros, la grúa que gira, los castillos
que sostienen estos mundos. Una estela, un muro
de lluvia ligera no ahuyenta la visión
de que algo ha cambiado. Hay reiteración
en el orden natural de la luz
en ciertas horas. No podría decirlo.



Encontrado en una libreta de M. P.
This is what I am doing now.
M.P.

Esto lo estoy haciendo ahora.
Colinas rojas frente al cementerio, dices.
Una superficie brillante en la mesa, papeles dispersos, un chorro cayendo en el búcaro, desperdiciados colores entre el humo.
Como un brazo extendido.
No hay escritura visible.
Dice: al borde del hombro, en el pliegue de la boca. O cambias de posición en la tumbona─ Letras que se oscurecen.
Me gustaría irme a Madagascar. Aprendí a encontrar los signos ocultos de la lámpara.
Di: Esto lo estoy haciendo.
Di: Ahora el muelle es algo que te mencioné. Como mi nombre y la botella esencial junto al guijarro.
Posiblemente la puerta entreabierta. El lenguaje.
Di: las nubes de Hong Kong son muros, dices.
Estas brisas.
Estos árboles que perdí, me acostumbré a decir, dices.
Hubo un camino.
Antes de saberlo, las olas tuvieron algo de familiar. Es lo mejor que pude hacerlo─
Di: ahora una seguridad, unos lugares.
Di: la playa afecta a la alabanza. Lenguaje, dices.
La primera estela, la rompiente.
No hay complejidad en los suburbios. Jhonson, Blake, Williams. ¿Antes hubo amor?
Hablo como un recolector de algodones, dices.
El lenguaje es un guijarro.



León Plascencia Ñol.
(Ameca, Jalisco. México, 1968). Poeta y editor. Su libro más reciente es El árbol  la orilla (Ecrits des forges-Filodecaballos. Canadá, 2003). Dirigió la revista Parque Nandino. Es editor de filodecaballos y de la revista México Design. Dentro de poco aparecerán sus libros El síndrome Stendhal (crónicas de viaje) y Zoom (poemas). Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2004.


Mónica Nepote
(Tres poemas de nota roja)


Las muchachas bailan

Dónde están bailando, dónde las muchachas, todas. Sus sonrisas ahogadas por las piedras. Dónde el fragmento de sus cuerpos. Digan, dónde las muchachas bailan, dónde levantan las manos pálidas, no sus huesos –revoltijo para los perros- . Digan dónde, dónde quedan las voces, luces en la arena, no sus marcas en las dunas. Dónde las muchachas no están muertas, dónde el aire sacude sus cabellos, no como una ofrenda sino como la cosa viva que tomaron.

 

Paparazzi


la obscenidad

en la fabricación de la prueba, en la desaparición,
en la evidencia   en la evidencia de la evidencia  
la zona vedada
vedere
manos contra piernas, malabares, manos contra ojos
contra los ojos todos. En esta puerta donde el cerrojo
donde el cerrojo aprieta, donde veo la imagen que me mata
es un cuerpo destazado
las manos apuntan, apunta el cuerpo
la flecha aniquilada
flecha que apunta desde el papel
desde el ojo que se cierra y aprisiona
las manos atadas   dulce el lazo a todo esto
dulce en su persistencia 
en la inutilidad

 

Heaven’s gate

Un veliz en el que cabe la noche. Un veliz fugaz como el último pensamiento. Raparon sus cabezas, enterraron los nombres. Las agujas del reloj perdieron su eje para ellos (para quienes el tiempo es un sapo henchido). Los miras, envueltos en su muerte. Cuerpos sin rostro, en la gloria de su muerte y un veliz colmado; con su mapa solar y un cielo hechizo tatuado en medio de los ojos.
Un veliz en el que transmigra el alma, un veliz arrojado a un río. Un veliz fuera del círculo donde navegan las cosas de los muertos.


* Mónica Nepote
(Guadalajara, 1970). Es autora de los poemarios Trazos de noche herida (1993) e Islario (2001).

 



Rocío Cerón
De Habitar (fragmentos)



Aquí,
donde sólo huele a verdor de tiempo ya añorado,
aquí, donde el pie cala hondo,
    y anida
se suceden los estratos, en orden,
    irremediables,
para seguir el olor de la sangre furente,
    el mar de sombras.
En este justo sitio, anegado en sueños
—pasados ya el torrente del oprobio,
los paisajes de la superficie envertigada—,
él desata la vergüenza y el conjuro:
huesos insepultos, rabia en triunfo.
Desde la ruina
—degollado el cirio por la tormenta—
soldados y putas miran el envés del hábito
(festín doloroso de siluetas, humareda de silencio).
Sobre el blanco –acribillado- el verdugo y su deseo,
transparente deseo que cubre el cuerpo,
    polvo de los senos.
Aquí, en esta casa de ciegos tabiques, de clausuradas puertas
desguinda el secadal, devora los huecos el llanto,
corren efluvios de ira (sólida estancia de báscula y peaje).
Al arribo de la fiebre la tierra se sacude; la hondura es de rosa desaparecida,
de ausencia que él ha establecido, ¿dónde el centelleo de la paloma?
    ¿dónde el ímpetu del fuego?
De pie, él mira la suspensión de la hoja, la transparencia de la herida,
quedan abajo (sotierro) el párpado testigo, el presagio.   

 

*

 

A falta de tierra, desnudo
sin firma ni signo de atadura,
acaso entre la falta y la velocidad del ala
        del zancudo.
Aterrizas.
En tanto, el aire se desprende de las voces.
Cuantioso el infierno de los nombres.
No cargas más.
No más allá de esta calle, esta penumbra.
De las sombras has vuelto a este paraje,
sin una libélula en la frente.
Ni azul que desmaye en tu presencia.
Habitas en la precisión del instante:
        Esa es tu certeza.
Yace aquí tu contenido,
el líquido difuso de tu paso.
Yerras, caes a tumbos.
No esperas.
La impaciencia es la deshonra del furtivo.
De bruces en el lodo, tus rodillas guarecen el estigma
que tu imperio necesita.
Estás más solo que la angustia.
Junto a las tarántulas náuticas y los reptiles
cansados de olisquear las formas
tu silueta regresa.
Incidencia en este vuelo a ras de angustia.
        El pasado no clarifica, no abriga a la piedad ni a los momentos.
Incidencia en tus ojos que trascienden al fuego.
No gastes la memoria.
Siéntate. Bosteza.
Adquiere temperatura y brizna en la nuca, en las sienes.
Acuérdate del jardín, del ala antigua que rozaba la frescura de los cuerpos.
Desata los cordeles, los nudos, las hebillas,
anuda el enjambre de las venas a la huella de tus manos.
Aléjate de la vileza, del rencor y la envidia.
Cuida tus palabras.
        Toda alabanza posa su ruego en la cal: arcilla, forma asible: presencia para  
        deambular entre los muertos.
Siente la noche como fe carcomida por el tiempo.
         El rezago del miedo ha dejado sus hábitos en la frente del autista; ese ademán,
        apenas contenido, es el mundo escondido bajo el caparazón de las hogueras.
Con pujo de vejiga, llano el dolor,
        celebra en la orina.
Regresa a la santidad del huérfano,
ningún intento resbale por tus párpados.
Sé el entierro del sentido.
Desciende hasta donde sólo resta el lugar para uno mismo.
Ablándate y cae en cuenta:
somos flor que se deshace.



*


Hablo de un quieto recuerdo que sostiene al mundo.
Hablo de ábsides y naves, de estructuras demudadas
        que sostienen el hilo del aliento.
                                             Patria es un lugar tan lejano, y exacto, construido por los ojos.
Hablo de la voracidad del viento y pregunto por la historia elusiva de mi rostro.
Hablo de un espacio:
                                                Baño de espuma donde lilas estranguladas asoman su amor
                                                sujetas a la espalda. Abrigo de agua, ejercicio de materna
                                                estancia con que cubro los signos de mi cuerpo. Suave
                                                palabra que guarece al ángel de Betania.
Y no hay más fulgor que este baño diario donde el jabón y el agua izan, día a día,
a la puesta del sol, el alma herida.
                                                Sonoro hombre que, bajo la ducha, entre bisagras, abres
                                                los lamentos de tu cuerpo y clavas (anclas) tu corazón
                                                anochecido en el vapor que vela por tus llagas.
Hablo de un arraigo:
        Habitar es un milagro posible gracias al aliento detrás de la nuca
        que inflama la memoria y los aleros.
Hablo de una certeza:
        No han de borrar mi nombre del libro de la vida
        ni esconder a su Oído el hambre de mi duda.
Todo nudo es una mariposa ejerciendo una glosa de marzo para izarse en un peldaño: el cuerpo reviste las anotaciones del tiempo: en el borde, en el salto, un muro estallado guarda en el polvo la sospecha.
Recibiré una piedra blanca.
En ella encontraré el nombre que me habita.

 

Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972). Ha publicado los libros de poesía Estas manos (Mixcóatl, 1997), Litoral (Ediciones filodecaballos, 2001), Basalto (ESN-CONACULTA, 2002) y Soma (Ediciones Eloísa, Bs As, 2003). Es coautora de El decir y el vértigo. Panorama reciente de la poesía hispanoamericana (1965-1979). Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2000. Es confundadora de Motín Poeta y editora de Ediciones El billar de Lucrecia, editorial dedicada a la poesía reciente latinoamericana.


 

Luis Felipe Fabre
Exvoto



Exvoto: gracias a San Sebastián por los favores concedidos.
Ex libirs: este poema es de San Sebastián.
Imagen de San Sebastián: un cuerpo atravesado
de dardos por amor a Cristo. Imagen de Cristo:
pez pero a la vez cordero: ¡misterio, misterio!
De San Sebastián podría decirse
lo contrario al puerco espín: alfiletero: erizo inverso:
un muchacho ambiguo como una heroinómana:
ah, las bodas contra natura entre la carne y la flecha.



J´aime Roland Barthes
para Octavio Moreno Cabrera


Una señora se detiene frente al escaparate de una pastelería
en una calle de París
y -voilà- es convertida en una imagen de París.
Digamos que se llama Madame Quintane: ¿está posando?
Digamos que Madame Quintane
aparece en la foto en sustitución de la Torre Eiffel.
No es un retrato de Madame Quintane (abrigo negro, sombrero
de visón, invisible amor por los gatos): es
una vista panorámica:
una tarjeta postal: “Ahora estoy en París
(donde tomé esta foto). Una ciudad fascinante.
En dos días parto rumbo a Londres. Besos.”
Madame Quintane, Rue Lamarck, Pain de Luxe: ¡click!



SEC. 9 ESC. 2 INT. DIA
para Antonio Calera-Grobet


La Señorita Henrietta: collar de perlas, camisón victoriano.
La Señorita Henrietta recibiendo al detective en el salón:
¿una taza de té?
Difícil ceremonia y no precisamente japonesa la Señorita
Henrietta sirviendo el té, si es que servir
es sinónimo de derramar:
la taza vacía y en torno el líquido: urinario de caballeros
más que primorosa porcelana y sin embargo
primorosa: la Señorita Henrietta
alega: problemas de pulso, pastillas, efectos secundarios;
confiesa: lo mío no es el tiro al blanco;
risas nerviosas: ¿azúcar?
Una sonrisa: la mitad esbozándose en el rostro del detective,
la otra mitad perdida en el hipódromo.


Luis Felipe Fabre
(Ciudad de México, 1974). Ha publicado los libros de poesía Vida quieta (2000) y Una temporada en el Mictlán, y un libro de ensayo: Leyendo agujeros. Ensayos sobre (des)critura, antiescritura y no escritura (2005).




Eduardo Padilla
Vidas Ejemplares (estampilla inédita)


Dios quiera darnos la mayor oportunidad al bate de todas,
el contrario de la muerte accidental:
la muerte por proceso—
mejor aún:
la muerte por proceso legal.
“Esa no es la muerte de mis sueños”
pero espera
a que cada episodio entre con golpe de platillo contra fondo negro
y un título portentoso
y un epígrafe
realmente esquivo.
La audiencia comerá su maíz tostado al ritmo de un espectáculo frontal
y maquinalmente bien peinado
con raya en medio
cual libro abierto,
claro como el agua más turbia;
la estenógrafa será una modelo de manos
suculentas captando
hasta el último tic y el penúltimo tac
de nuestras febriles convulsiones;
el Espíritu Santo
se irá ese día a pasear por los Alpes, 
dejando así suficiente espacio en nuestras cajas de resonancia
para el fantasma de Pierre-François Lacenaire,
quien hará vibrar nuestras campanillas con tal fuerza que nos partirá en dos:
acusado
y abogado defensor.
Nuestro abogado
será tan convincente
(véanlo conducir la locomotora a vapor de su ingenio, tomar el hacha
y partir en pedazos sentido y sintaxis;
véanlo arrojar pedazos y hacha a la boca de una caldera
que sólo sabe decir encore!)
que nos condenarán a ambos
(al abogado y a mí)
directo al patíbulo.
Danos valor para la espera
y suficiente hierro en nuestra dieta espiritual
como para caminar en dos patas el día de nuestra cita a ciegas con el verdugo…
a manera de ofrenda
sacaremos la cabeza cada hora por entre los barrotes de nuestra celda
y gritaremos cú-cú
y cantaremos tu nombre
como sólo las mandrágoras saben hacerlo.


Galgódromo

Una canción de guijarros
trepidando
cabeza a cabeza
desde la línea punteada de arranque:
aventarle los perros a la Santa Madrina
es la canción que expresa la urgencia
del hincamiento del diente
a Don Conejo Irisado
al Conejito de Felpa
o si no hay de otra pues a la Coneja Pérez,
Baronesa del Estaño.
¡Échenle un galgo! dirán los cronistas
desde la masturbación encumbrada de sus asientos;
pero por muy lento que sea el fuego que cocina al fango
eventualmente vendrán las primeras burbujas
y con ellas los primeros ángeles de la temporada
saldrán de sus madrigueras
apestando a etanol
y portando ballestas
lanzagranadas
y tiramocos neutrónicos
ensalivados con ira divina para mayor puntería
y autografiados desde la más alta esfera—
“directo desde el ventrículo izquierdo en el corazón del meollo,
firmado por la mano derecha del casero: el Capitán Archipiélago”;
y los ángeles jugarán al arte del venadeo
en este espléndido polígono de tiro
que haría que cualquier palacio antiguo
pareciera una humilde perrera;
10 puntos por los feladores
100 por los cobistas
1000 puntos por cualquier cronista
y si uno de estos fuera despachado mientras recibe
un halago o una mamada
se sumarán los puntos
y se multiplicarán por tres
(siempre la regla de 3, siempre, incluso ahora);
y los abatidos hincarán el pico en el fango
y sacarán burbujas
y poco antes de pasar a mejor vida recordarán su infancia,
cuando jugaban a sacar burbujas:
sólo entonces vislumbrarán la envergadura de su derrota;
¡Que les echen un galgo! gritarán los ángeles,
y los galgos acudirán al llamado trotando,
sin prisa,
finalmente,
para devorar las sobrinas
en la Gran Mesa Elipsoidal que para entonces ya habrá dejado de tomar apuestas.
2.
Realmente es como una canción de guijarros,
pues aunque la liebre sea de estaño
y la tortuga prácticamente indigestible,
todo perro, según entiendo,
tiene su día de fiesta.
Arranquemos pues, por medio de la línea punteada
cabezas y corazones,
menudencias
volando por las pistas del aire:
Que lluevan, que lluevan las bendiciones
el vinagre, los llaveros, las variaciones
que las patas de la buena suerte
caigan sobre el galgódromo
como una especie de diluvio bienintencionado.
3.
Una canción de guijarros
remonta
trepa
gestiona
acelera,
pero nunca titubea.
Podrá gemir de gozo
o casi matarse tropezando con su propia bofe,
pero nunca titubea.
4.
La canción está curveando hacia la meta:
eje invisible que canta con voz diamantina
sobre los pozos del hambre.
Es como un árbol de navidad que sonríe
colgado cabeza abajo
con la cresta metida bajo las faldas del cielo.
Es, también, como una bella trevaspa.
Una canción de guijarros es una tremenda cantambra.
5.
El hecho es que una canción de guijarros
está siendo cantada desde el funicular de la infancia;
de aquí en delante todo será a campo traviesa
hasta que mis ojos de mirador
rompan el juego por el medio
y oscilando corran a ahogarse
en la amorosa muerte de sus respectivas buchacas.



Eduardo Padilla
(Vancouver, 1976). Su primer libro fue Wang, vector (Ediciones del Ornitorrinco, 2003). Forma parte de la antología El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente (1965-1979) (filodecaballos, editores; CONACULTA FONCA; 2005). Su próximo libro, llamado Zimbabwe (filodecaballos, editores), se encuentra temporalmente en el limbo.



Inti García Santamaría
Estival


Háblame de las horas que perdimos
en qué pisada de talco frente al ortopedista
quién miró ningún pájaro en la ventana
cómo desapareció el silbido inconstante
entre las hojas de cuál lluvia
porque diario llovía y diario cantaba
desde el mismo lugar otra figura de yeso
dame otra firma
háblame de las horas que perdimos
sin retorno posible aunque nuestras manos enciendan
otra vez mecheros de Bunsen sobre las mesas del laboratorio
aunque la consola de la escuela entone La Bikina
porque ninguna carta guarda la voz que descubrimos
y aquel volumen de la revista que publicó
tu retrato resulta inconseguible
porque habrás olvidado las tres líneas
de lo que tú llamaste mi primer poema
hoy comprendes   nuestro canto nunca estuvo
en la cueva que inventamos en su honor
sino en la necesidad de retener
   nunca la tuvimos   su presencia
ésta es la clave para practicar el aturdimiento de la memoria
cuando hablo contigo estoy diciendo a todos
una frase interminable que tus labios me dieron
un estilo para hablar de las horas perdidas
una forma sin espacio que nombra el espacio
donde nada crecerá nuevamente
donde nunca estaremos nuevamente
si la tarde controla cielos morados
si aprehendemos la cercana estación
para ofrendar a los muertos nuestras manos vacías
sin mecheros de Bunsen ni fórmulas de hacer fuego
sin control sobre los recuerdos ni lástima para el descuido
que nos llama como falso espejo en la boca
un suspiro sin cuerpo lo reitera    epílogo de los días
no es posible traducir tu lenguaje sin traición


2001

Negro lo que se dice negro: mi reloj de pared. Mi estuche para lentes: caparazón olvidado. Tengo un pastel de chocolate sobre la mesa. Tengo un corazón como hotel sobreviviente de un siglo donde los hoteles se arruinaron ventana a ventana. Me duele el cuarto nivel (nunca he contado los muros, pero ahora vuelvo). El joven que alquila el balcón va a morir a más tardar la siguiente semana. Si apagas la tarde te meto unas pastillas en la bolsa. Señora silencio. Señora silencio o señorita patata frita. Derríbame porque añoro quebrar televisiones desde equis piso. Cuando llames (o no llames) descarta maldecirme con apendicitis de madrugada. Me ayuda un perro guardián. Ya te ha mordido porque me ayuda. Porque sé que no regresarás mando decir: vuelve temprano. Y: la noche es peligrosa como el odio. Qué húmedas las toallas, qué soledad el mármol en murallas. Tengo un corazón sobreviviente y el bulldog de la vitrina. Me refiero al hotel que es del tamaño de mi puño. Nunca supe tu talla, ni siquiera el sabor del té. Afrodisíaco lo que se dice afrodisíaco: patinar en el garage y hacer tatuajes. También la colección de xoloitzcuintles. No he podido dormir durante los últimos dieciocho años y no quiero dormir por el momento. Mi lengua es el árbol de la noche triste. No siempre hablo de ti. También filmo pornografía.


Alter

No todo puede ser tan inmediato. Pato lucero. Después el miedo a salir a la calle modela en migas enemigos con pasos de seispiés y pasas en los ojos. Uno un trozo también en la nariz. Es un álbum de arañas. Resuena en la cigarra lo que digas. Es un álbum de hormigas. La libreta. El teléfono. Los vigilantes. Una que se peina con gelatina de mora, vestida de civil, es militar. Tiene mil páginas ocultas. Me tiene. Cada orden de aprehensión es en mi contra. Detiene.
* Inti García Santamaría (Ciudad de México, 1983). Autor de Corazoncito (Compañía, 2004) y Recuento al final del verano (NarrArte, 2000). Es coeditor de la editorial artesanal Compañía: http://editorialcompania.blogspot.com



Karen Plata
de héroes y princesas


mamá mira allá va superman y la mujer maravilla
mamá yo los quiero de padres para que todo el mundo me quiera
mamá
tú jamás serás la maría llena de gracia
tu papá te quitó a golpes lo virgen


los argonautas

por las tardes mi madre se acababa las uñas lavando ropa
y nosotros siempre negros y mal peinados salíamos de casa
nadie quería ser nuestra madre y darnos leche de soya
no éramos como los otros niños que toman leche del vientre de sus madre
no
nosotros perdimos el horizonte de nuestra madre
y nos llenábamos las bocas de espacios vacíos en el mar
mi madre con sus cabellos largos  su tinte negro para esconder las canas
nos tomaba de la mano y nos hacia uno con el mar
pobre de mi madre nunca volverá a tener hijos
un día nos hizo una pequeña arca y nos regaló al azul
un día nos fuimos de mi madre y la dejamos a espaldas del sol
salimos de su vientre y caminamos directo a la mar


poemas cortos

nada
no digo nada
de eso
se encarga
la voz
*
se murió el árbol
o nos hicimos árbol
*
uno
es la casa
del otro


Karen Plata
(Ciudad de México, 1984). Ha publicado poemas en diversas revistas de México como Solario y Oráculo. Se encuentra preparando su primer libro.


Julián Herbert
Pertenecer

Sueño que ha muerto y, para que me hable, tengo que aprender a creer en fantasmas:
*   *   *
Siempre estoy junto a ti. Camino en tus modales como una ceiba oculta en el espesor de sus leopardos. Lavo tu boca, pongo en sus cajones el hedor de la inteligencia y el sopor de la angustia –sus cajones de glándula, sus cajones de realidad–, y voy casi amoroso, amorosa tocando tu diente y tu cabello, lamiéndome lo Nietzsche y lo luz verde y lo smell like teen spirit en una sola paleta de colores de hielo, impresionista y cándida como la  voluntad.
            Siempre estoy a tu lado caminando en círculos, cercándote como una Trinidad de sicarios, como una O de compromiso en plata negra, como un incendio de insectos atonales. Eres mío, te digo, te dicto, hasta que tus cajones de glándula introducen en mi cuerpo sus murmullos ingenuos, su placentero no pertenecer, y yo me desvanezco yo me callo yo me tallo el culo de mis consonantes contra sonidos turbios. Como una broca hecha de paladar. Como un aserradero de Pandora.
            Pero luego regreso.
            Te acaricio con mi mano de nada. Con mi mano de sílaba echada a los leones de la nada: al Coliseo de tu oreja: al Coliseo de tu letra de borracho: al Coliseo de sombras de tu cuaderno rojo. Te acaricio, y enseguida los paisajes y los símbolos vuelven al alba-glándula de los cajones de la realidad, sagrados como perros de Sumeria y apaleados y fieles como perros. Te amo así, impersonalmente, te permito humillar todos mis signos en cadenitas deleznables, en la sutil orfebrería del aliento blanquísimo, en el tejido rabioso de la puta que te parió.
            Siempre estoy junto a ti. Qué manera la nuestra de volver a la orilla del durmiente del valle, del idioma con sus dos orificios en el pecho.
            Qué fulgor de astromelias en armaduras de óxido, los dos.


La deforestación
(fragmento 2)

Entre la soga e Isaac vive un ahorcado. A veces, cuando Isaac viene a la soga, se detiene a hacerle compras al vecino: fiambres, cuencas vinosas, buitres que se destilan en la marmita del tarot. Son adquisiciones caprichosas: Isaac podría conseguir mejores pintxos allá abajo, debajo de la tierra, pero le gusta engolfarse en los delicatessen del suspenso, sentirse enlevecido por las patadas de la asfixia.
            Todo esto guarda algo de frivolidad: Isaac es un matemático, y no debiera engañarse con aéreas fantasías de sobrepeso. La ciencia se lo dice. La soga se lo digo. La rama, crujiendo como un guiso, se lo ha dicho. Pero Isaac no hace caso: mastica la cabeza de camino a la soga, mide la gravedad con que caen los sonidos, pregunta si alguien quiere manzanas allá abajo...


La revolución es el opio del pueblo

Decidí que mi tema eran las transformaciones.
Ahora no sé ni cómo empezar.
Ahora que me siento ganado por lo inmóvil.
Ahora que me toco la boca bajo el muro.
Ahora que mi boca chupa destellos –como huesos–
bajo un muro, que mi lengua lame bajo el muro
de lamentos de un instante que no cesa
su vocación de área, detención o contagio,
su heptasílaba gárgara
de compra, de menú.
Ahora que sé de la esperanza que es una emoción rústica,
del desbarrancadero que carece
de una espalda celeste a la cual injuriar.
Ahora que vivo, fumando,
en la sala de espera de una revelación

Julián Herbert (1971) vive en Saltillo, al norte de México y es vocalista del grupo de rock Las Madrastras

 


[1] António Ramos Rosa
[2] António Ramos Rosa
[3] María Victoria Atencia