Discos Gato Gordo
Cecilia Pavón
Eloísa Cartonera, Bs. As., 2003
Cuento I: Discos gato gordo o una nube con forma y color de moretón.
El “informe” se abre con la siguiente declaración:
“Soy la dueña, fundadora y única capitalista
de la compañía discográfica ‘discos gato
gordo’. El nombre está copiado de un sello británico
underground ‘fat cat records’. El objetivo de mi empresa
es registrar los sonidos nuevos, es decir promocionar a los músicos
experimentales de la ciudad de buenos aires”.
Entonces fat cat records traducido en discos gato gordo, y registrar
los sonidos nuevos, como promocionar a los músicos experimentales.
Con esta “etimología” la narradora empieza a desarrollar
una serie de interrogantes y dudas que se irán traduciendo
y encadenando a lo largo de la narración (= el informe), todas
relacionadas con el arte, traducido en producto, que se intenta registrar
y promocionar (registrar el arte, promocionar el producto).
“Pero ¿es música lo que hacen?”, “¿Es
difícil batallar con los obstáculos del mercado o soy
yo la que no hago bien mi trabajo?”, “...ah, el aire de
río, es lo único que me renueva mientras tengo que luchar
con ellos, los artistas. Aunque en realidad abrí esta empresa
para estar en contacto con ellos.” “...es el futuro, aunque
a la mayoría les cueste entenderlo. Por eso voy a insistir
con mi proyecto. Pero si hasta a los mismos artistas les cuesta entenderlo,
bah entender no lo entienden, tampoco es que deberían hacerlo,
(debe la música surgir de la reflexión?) es sólo
que me apena ver cómo son producto de la misma alienación
que hace que nuestra empresa no crezca, y hacen esta música
pero están peleados con esta música.”
En esta empresa del arte, entonces, la reflexión, según
esta narradora, del mismo modo que la admiración y el disfrute,
no aparecen del lado del artista, ni siquiera del lado de un crítico,
y sí del lado de un público activo, de un lector, digamos,
un lector que quiere “producir” arte, y aquí llega
nuestra narradora, capitalista alternativa.
La respuesta a los intríngulis se realiza desde una amplia
descripción del espacio bajo el lema “tu ciudad es tu
mente” .
Buenos Aires, una ciudad de asfalto, sin espacios naturales, invadida
por una lógica del puro dinero “Buenos Aires no es
una ciudad bella, porque vivimos, claro, del lado salvaje del capitalismo”,
un capitalismo que no piensa en lo bello. El arte piensa en lo bello,
y así el arte se justifica por el lado del efecto, no de la
causa (o el causante).
“ Su música me gusta porque es visceral, melancólica
y leve en iguales proporciones. Me hace llorar cuando la escucho sola
con las luces apagadas. [...] Imagínense que todas esas grandes
masas sumidas en la pobreza que escuchan cumbia villera escucharan
la música de Marisa Berquis, como cera viscosa y caliente,
acostados en la oscuridad, sin beber alcohol, sin moverse ¿cuál
sería el resultado?¿qué es lo que pasaría
en nuestro país? O si en vez de fútbol, los domingos
hubiera audiciones de música ambient en los estadios. Claro
que esto no sucederá, pero me gusta imaginarlo: todos sedados
por la música pegajosa de discos ‘gato gordo’.
Una utopía totalitaria pero a la vez pacifista, porque si algo
odio es el fútbol.”
Con una oración más termina el cuento y ahí nos
enteramos que se trata de un informe (¿de qué? ¿o
se trata acaso de un texto sin forma?) con una apelación al
lector que vuelve a recortar el campo del arte.
Cuento 2: Durazno
Reverdeciente
Durazno Reverdeciente
es el segundo cuento del libro, y también tiene como protagonista
a un microcircuito de arte. El mundo es, en este caso “la
poesía joven de Viña del Mar” y los personajes,
ninguno de ellos “poeta”, son una novelista que escribe
novelas rosas que son best sellers – Durazno Reverdeciente –
un crítico literario – Luis- y la narradora, ilustradora
de tapas. Todos nombres inventados, aclara ésta última,
amante esposa de Luis, y amiga de Durazno desde los trece años.
La relación no acaba en estos detalles personales, mientras
Durazno triunfa en el mundo al estilo de la autora de Harry Potter,
Luis reseña sus libros con virulencia y afirma odiarla. La
narradora, a su vez, ama a Luis, y admira la inspiración de
su amiga, aunque prefiere estar con ella sólo en silencio.
Durazno Reverdeciente parece continuar con su obra sin darle importancia
a las críticas.
El encuentro entre los tres personajes es entonces el corazón
del texto, ocurre de forma tan casual como podría serlo en
el mundo de “la poesía joven de Viña del Mar”
y el desenlace frontal es tan emotivo, político y formal como
puede serlo. No puedo decir más.
Otra clave para leer el texto podría ser bucear en la biblioteca
de Durazno Reverdeciente y ver sus clásicos chilenos o leer
el libro de Dalia Rosetti llamado Durazno reverdeciente y publicado
también por Eloísa Cartonera.
En fin, hay en Discos Gato
Gordo, dos narraciones espléndidas (recuerdo con ellas la avidez
con que leo a Henry James, por ejemplo), acerca del circuito del arte
y sus protagonistas, que dejan con su “forma”, un vacío
a llenar, una pregunta para el lector.
Espero ansiosa el próximo libro de cuentos de Cecilia, para
el que ganó un subsidio a la creación de la fundación
Antorchas. Felicitaciones.
Romina
Freschi