El General.
Osvaldo Aguirre.
Buenos Aires, Melusina, 2000.
El General
es la búsqueda de transmitir una experiencia, las palabras
de John Berger ponen en primer plano la lucha que se lleva adelante
con la escritura. Aquí, la lucha es una voz que recuerda la
homogeneidad de las navidades en el campo, un pasado nublado entre
paredes de agua, un escenario y una temperatura únicos, constantes,
tejen un clima perturbador: la cotidianeidad de un perro y su compania
se desmoronan en el agua y el recuerdo de ello se vuelve turbio, inquietante.
Una serie de protagonistas, hombres y animales, comparten características
en una narración de versos encabalgados. Signos invariables,
la palabra como cerrojo: “Apenas las palabras/ para interpretar/
los signos de la tierra/ y del cielo y la conducta/ de los animales,
cosas/ que nunca cambian”, un cerrojo mínimo con el cual
escribir, con el cual leer, una oportunidad mezquina pero ante la
cual se apuesta. La palabra emperrada, huella, la palabra general,
el nombre “General”, el perro, la huella que deja el perro,
la huella a seguir: la búsqueda del perro llamado “General”
entre los perros. La búsqueda angustiante de Francisco, pero
el General no está presente, es una presencia fantasmagórica
que lo impregna todo, una matriz donde bucear porque seguir la huella
en el barro es la evocación de una paleta de paisajes estériles,
inundados o secos: los girasoles mueren, los animales y hombres son
rapaces, la alimentación es imposible porque se estropea en
el agua o porque su crueldad no puede asimilarse.
Una voz recuerda, recrea a Francisco y el General y clama “oíme”,
un grito hueco, un grito que apela al lector. Una búsqueda
infructuosa de un hombre “Francisco” y un perro “General”
que no se encuentran porque el encuentro es inenarrable pero si la
muerte y el deseo de dar sepultura. Esto es, escribir retazos generales
en los cuales, quizás, haya atisbos de la singularidad del
“General”. Se puede narrar la muerte, no hay modo de narrar
la convivencia, no hay voz que pueda singularizar la experiencia de
estar juntos. La lucha se da a partir de la muerte, un resto. “No,/
noooo…/ al bajar en la casa/ vieja, con el General/ en esa bolsa,/
y empezar a cavar/ -las ráfagas de lluvia/ le pegaban el piloto/
al cuerpo-,/ hacia del animal/ algo único/ e inconfundible/
algo de sí mismo”.
Un resto a partir del cual se disparan, como en serie, los recuerdos
y la escritura, una palabra tras otra, un modo particular, una búsqueda
que se hace estilo y esto es lo que descubrimos: Osvaldo Aguirre apuesta
al signo, a la experiencia de la escritura, se relaciona mediante
ella con el pasado, esta es su lucha, este es su propio vinvulo con
lo general, con su palabra: “la costumbre afirmaba / un lenguaje
invariable,/ bautizaba “Francisco”/ a los hombres,/ “Rosa
a las mujeres, / “General”, “Lucifer”/ a los
perros”. Si el lenguaje apela a la costumbre y a lo invariable
para ser comprendido, la poesía de Aguirre se construye mediante
este lenguaje, el tono coloquial, los diálogos y el vocabulario
campestre, un sumum opresivo pero personal, una poética que
por sus versos demorados y sutiles tejen una simpleza extraña,
que se hace, finalmente, densa y angustiante, cruel.
Publicado por la editorial marplatense Melusina, Osvaldo Aguirre,
rosarino, logra con El General una poesía sugerente a través
de evocaciones simples y su tono cotidiano.
Carla Alanis