Poemas de la observatriz.
Florencia Fragasso.
Ilustraciones: B. Zeissig.
Buenos Aires, Arte Plegable, Marzo 2004.
“y apenas
con la yema de un dedo/ la toco” Cada uno de los once cuadros
cantados de Florencia Fragasso se intercalan entre un punto y la mirada
melancólica, entre el pasado y el presente: un lunar es el
inicio, un punto que a la distancia del ojo, del tiempo en extremo
lento se retiene en las partículas del aire para significar
algo, para decir y que ese decir sea sonoro, melodioso y, entonces,
lento, con espacio propio. “Y en el sueño repetido
el caballo lamía/ el lunar sin tiempo: la lengua rugosa/ frotaba
su temor, carne rosa regando al redondel”
Como
una boya flotante, el tiempo no pasa para el lunar, como si el objeto
observado se mantuviese inmóvil, pero ante la mirada, es el
“tiempo intimo”, el tiempo del recuerdo en el que el lunar
es siempre nuevo: “en el cuello de su mujer un lunar nuevo/
hecho de tiempo intimo”.
La lentitud
que entrelaza el recuerdo de observar es un encabalgamiento de notas,
una canción angustiante que narra una historia, la historia
de una mujer que ha observado y es observada. Un motivo para la voz
que no apela a la linealidad de la prosa, sino a la memoria enmarañada,
a los sueños, al cuento que se recrea en la voz y tiene ahí
su espacio.
Florencia
Fragasso logra historiar y transformar en símbolos a los objetos
fetichizados, sujetos o animales metonímicos que a partir de
un rasgo, siempre relacionado con la vista y la voz, con la percepción
sellada en el detalle, en el ojo que hace foco y estaciona, construye
y borra o hace difuso el marco: hay un caballo que aparece en suenos
y deja como huella una “marca de hierro/ con forma de la
pata”, una observatriz que se hace inmigrante y tiene como
legado temporal una “luna llena amarronada” y
un hombre que fue joven con “manos nomadas”.
Todos ellos están entrelazados, poseedores de espacios propios,
el tiempo aúna el espacio original y el presente del objeto,
decadente y por ello nostálgico. Finalmente, lo que se recupera
es el devenir pero sin palabras, sin enumerar las causas: el caballo
deja huerfana a la observatriz y el lunar de ella es tocado por las
manos de otro inmigrante. Uno funciona como símbolo del otro
y concluyen en el poema.
Las ilustraciones
de Zeissig acompañan la pausa de la lectura, de los versos
y estrofas breves. Los poemas están enmarcados entre esbozos
que rodean círculos, ya símbolos, ya lunares, que simétricamente
plasmados ligan los diferentes espacios que confluyeron en el recuerdo
que es este largo poema, el cuento de una inmigrante que sabe observar
y ser observada, un punto de vista o un objeto.
La edición,
de Arte Plegable, permite, con su formato otra lectura, instaura la
brevedad pero expande la hoja, la potencia, la multiplica, así
también a los autores, quienes tienen la posibilidad de publicar
y ser leídos/ vistos en ediciones de fácil acceso.
Carla
Alanis