KM 779
Carolina Pellejero
Vox
Buenos Aires, 2003
Por Carla Alanis
KM 779 es una sucesión
de polaroids de espacios transitorios, acuáticos por su volubilidad
y fragilidad, efímeros. Ordenado en cuatro partes, PM, AM,
Mar y Acqua, cada uno de éstos son como melancólicas
gotas que al caer forman círculos concéntricos: hay
una voluntad de rememorar pero sin concesiones, el recuerdo no se
expande; un yo escribe desde la familiaridad de su mirada, pauta un
tiempo pasado desde su escritura y lo que fue es un halo de ese primer
recordar, sólo un halo, sin consecuencias explícitas,
sí sugeridas.
Parecería haber un pueblo, pero el pueblo no está, desde
la ruta no hay punto de llegada, hay camino, recorrido y un regodeo
en detenerse para hacer lenta la llegada, un modo minucioso de plasmar
el tránsito pero no ese pueblo: “de izquierda a derecha/
el vaivén de los ojos/ y solamente flores/ amarillas”
o “ver desde acá, con la ruta/ a un costado/ los pastos
pampeanos/ gramíneas por la lluvia/ la toda estepa entrecortada”
Al pueblo no se llega, se lo rodea, se lo tantea, pero como una presencia
fantasmagórica: “hierros de la estructura/ de funbapa/
se proyectan/ alargados/ hacia la ruta/ y tan altos imitan a/ las
casas que crecen/ al costado del agua”. Si como destino es un
imposible es porque el texto busca y logra construir el abandono de
un pueblo. El presente de ese viaje, las gotas sobre la superficie
pasado, recupera rasgos de una vida ya extinta y lo bello de KM 779
reside en la intención del no decir, o mejor, de asentar atisbos:
la brevedad de las imágenes (la brevedad de palabras) y su
densidad son mejores formas del decir.
El meridiano de la madrugada o la mañana se “puebla”
de “jefas y jefes”, un tren, la calle de tierra, escuelas,
clubes y comercios; a través del nombre (circunstancias) como
si la actividad de ellos consistiese no en ser lo que son sino en
sobrevivir a la naturaleza que desea sepultarlos, como si su actividad
se redujera a identificar a un pueblo pero no a darle vida. Lo que
sí se sabe que crece es la gramilla, indómita, señal
decadente: “jefas y jefes/ de hogar/ pintan los cordones/ blancos
de la vereda/ donde nacen/ las puntas rebeldes/ de la gramilla”
La primera y la segunda parte están marcadas por el río
Paraná desde el primer poema que inicia el libro, la tercera
parte, Mar, es distancia de la ruta, es un punto al que ya se ha llegado
y en él no hay nada: “en la playa/ no hay nada/ mejor
que/ nadar/ sola” y sí hay acción, la acción
que se torna puro suceso (sin verbos) en la última parte, Acqua:
“suave”, “volátil”, “liviana”
y “fine”son los nombres que victorean y subliman lo efímero
en donde el deseo de ser como la naturaleza (permanente y fugaz) se
manifiesta: “las burbujas del detergente/ como círculos
de tornasol” y esta naturaleza es bienvenida “los yuyos
desarrollan todo su glamour /(...)/ desde que la cortadora de césped/
se rompió/ tomamos el sol en el pastizal pampeano”
KM 779 es un microcosmos donde el proceso de languidez del agua (como
superfice primigenia sobre la cual se empieza a escribir) hasta su
efecto corrosivo se hace latente.
Datos de autor:
nació en Mayor Buratovich en 1977. Integró Taller de
Poducción y Análisis de textos coordinados por Daniel
García Helder y Arturo Carrera durante el año 2000,
organizado por Vox.