La conversación
Daniel Muxica
Buenos Aires, La Bohemia.
Por Romina Freschi
Varias resonancias literarias
invaden felizmente este texto y realizan la conversación. Las
más cercanas a mí, desde el inicio, son Las Memorias
Póstumas de Brás Cubas, de Machado de Asís, y
Las cartas a un joven poeta, de Rilke. El primero, porque la voz que
enuncia se encuentra más allá de la muerte, y el segundo,
porque se halla más allá de la escritura. En el medio,
transversal y quizás más lejano, Beckett (o Macedonio),
más allá de la representación.
La conversación es un monólogo, una voz que habla y
repite y organiza, pero conversa en cuanto a que se dirige irreductiblemente
a una segunda persona, Usted, que mira las Meninas, que se cree Veláquez
mirando la Meninas.
El problema es “lo que va”, así de simple y coloquial,
así de difícil de representar. Lo que va, como lo que
queda, aquello que combina, que debe ser, que será publicado
o que quedará de nosotros luego de la muerte. Ese problema,
es un problema lingüístico, que será desarrollado
en siete partes a lo largo del libro, relacionadas con el establecimiento
de eso “que va”. Esta partes son claras señales
de la propuesta: lo que va está filtrado por “la imagen
de”, “la percepción de la imagen de”, “la
inexperiencia sobre la percepción de la imagen de”, “la
percepción del corpus de la imagen de”, y “la duda
histórica sobre la percepción del corpus de la imagen
de”, resolviendo en una última parte final, una “morada”
que será, “lo que cada uno dijo”.
Todas estas partes afirman, al tiempo que narran la intención
de abolir, una distancia con lo real. La voz que lo narra, en futuro,
es la voz de un muerto, o la de un escritor que ya ha escrito, o también,
modernizándonos, la de un psicoanalista psicoanalizado. La
posición horizontal del cuerpo, en el diván o en el
cajón fúnebre, es representada por la sintaxis de la
escritura, ese otro cadáver que busca la trascendencia, que
busca la existencia más allá de la existencia física,
como indica la cita inaugural de Sartre.
Quevediano por sus antítesis, éstas quedan horizontalizadas
en el recorrido de los distintos filtros aplicados a lo largo del
libro (de la vida), para apresar lo real, y dejarlo establecido. Pero
lo vivo, siempre vive, en la conversación. En aquella que se
instala cuando leemos o si nos ponemos en el lugar del otro, de usted.
Este libro me dio mucho placer. Placer que me reenvía a una
conversación conmigo misma, instalada en aquello que leo -“repetir
el centro de la propia conversación”-, y repito, como
si la repetición no cambiara el sentido: el tamaño de
un hipopótamo, o de un rinoceronte en este caso.
Editado por La Bohemia, La conversación es el último
libro, hasta ahora, de un escritor perseverante y sincero en su trabajo
y en su diálogo literario, como editor, como lector, como crítico.
Con reverberaciones de un barroco lejano, conceptista mayormente,
pero con momentos gongorinos, no se pega a la imaginería más
en boga de esos términos, sino que es una respuesta actual
y original a dilemas clásicos pero no por eso, menos reales.