Pasto de la aventura,
Lucio Greco,
Zama,
Buenos Aires, 2003.
Por Carla Alanis
Éste es el primer
libro que Lucio Greco publica. Es un libro con vetas personales, íntimas,
que descubre un espacio corporal común, comunitario, pero desde
la escatología del cuerpo del yo que escribe: “¿que
pensará/ la emérita puerta de mi ano/ que aguanta siempre
la dura caricia del papel?”. Un yo que se descubre desde sus
propios restos.
Una pincelada retorcida sobre imágenes cotidianas depara sorpresas,
encuentra un otro modo de poder decir, retrata la perspectiva del
ojo que nunca parece moverse, que se desdobla para plasmar apenas
algunas sensaciones a través de partículas: el aire
se deshace al igual que el cuerpo (son los ojos, la boca, la lengua,
el nervio no el continente por completo los que aparecen desperdigados
a lo largo del texto) y los fragmentos se construyen en espacios frágiles
por su inconsistente realidad (“me siento luz/ atravesando el
reino/ me descubro electrón/ dejo mi cuerpo”) aunque
propios del texto, en un principio.
Luego, no hay homogeneidad. La misma mirada que definía sus
contornos se pierde entre poemas donde la distancia crea víctimas,
donde lo personal se confunde con otras voces que anquilosan figuras
sociales reconocidas en el afuera del texto y terminan ahogando ese
espacio privilegiado en que la lectura se hacía crítica
(“y el coco pregunta/ ríe/ y pregunta suave, / su orgasmo
eléctrico navega la sangre/ como río de cobre helado,
/ y el drilo me lleva, / apocalíptico”) y la experiencia
sólo puede ser empática, identifico a la “pobre
gente” y me identifico con esas voces que el texto busca señalar
sin parecer notar que el gesto es el mismo: “y el otro que dice:
bolita hijo de puta que te quedas con laburo nuestro, argentino, y
yo hablo porque sé, conozco un peruca, son todos chorros. el
hampa. hay que matarlos a todos, cortarles las bolas y hacérselas
tragar. (…) pobrecitos los de sangre dulce y piel salada y piel
blanda y carne de bandera. pobre gente. pobre gente.”
La potencia del ojo fragmentado e inerte se diluye cuando él
mismo impone la distancia que victimiza a un otro doblemente excluido,
excluido del texto porque su presencia no se actualiza en él
sino en la complicidad del lector; despojado de la sociedad en la
cual vive (el “bolita”, el “peruca” o el ex
combatiente). Este yo que se define como “espectador y cómplice”
de la tele que consagra a un “presidente imbécil e ignorante-fascista”
se apropia de una moral que oprime al texto y lo quiebra.
Otro punto de quiebre es precisamente el corte de los versos, el desplazamiento
y algunos neologismos que aunados, por su escasez en el último
caso, por su abundancia en los dos primeros, pierden toda relevancia,
en la página no tienen protagonismo cuando de una a otra se
suceden minimizando a cero el gesto.
Los caracteres sí se homogenizan en contraste con esa paleta
escindida que es Pasto de la aventura, un paseo que, por momentos
con luces conmovedoras, tenues y repulsivas, invita a sensaciones
de un yo que logra fortalecerse ahí donde el espectáculo
reacciona en la escritura.
Datos de autor: nació en 1976, este es el primer libro que
publica.