Celeste
Perfecto
Roberta
Iannamico
Buenos
Aires, Crudo Ediciones, 2005
Por Julieta
Lerman
Sabia natural. El lenguaje de Iannamico pareciera ir en pos de la
naturaleza en dos sentidos: por un lado de la naturaleza en sí, su
universo y la materia prima de sus poemas son los elementos naturales;
y por otro lado la naturaleza en tanto lo natural, lo simple: lo que
es así y punto: la flor es roja porque es roja, el pasto crece porque
crece. Ahí mismo, en ese ser de las cosas como son, hay algo que convoca
lo poético, en esa naturalidad está la poesía. En ambos sentidos,
estoy tentada a decir que la poesía de Iannamico funda llanuras,
porque esa simpleza y esa naturalidad son algo que, obviamente, se
construye.
Quizás algo de esto se asocie a lo celeste y a lo perfecto.
Los poemas son, como todos sus poemas, situaciones chiquitas y simples:
nubes que pasan, una casa en una noche de lluvia, un eclipse. Y en
estas escenas llanas, imágenes, casi cuadros plásticos poblados de
colores; aparece un salto que convoca otra cosa y a la vez
es solamente eso. Es el salto que da a la poesía. El yo, que sobre
todo contempla y describe, está adentro y afuera de la situación,
casi ausente y presente en todo, “proyectado” en lo que ve, unido:
“yo/ soy el centro/ de todo/ lo que veo” (El collar de fideos).
No aparece en sí mismo sino a través. La llanura es una propiedad
del yo que se presenta despojado, diseminado y convertido en esos
paisajes. El yo es casi todo sentidos: que ve, oye, toca; deja
pasar a través de él, traslucir. Y a través de los sentidos –sensoriales-,
asoman los otros sentidos –poéticos-. “Los alientos” tematiza precisamente
ésto y concluye: “pero ganó la respiración/ silenciosa, perseverante/
si ella se iba/ los demás la seguían/ como cintas/ de cola de barrilete.”
Sólo eso. Respirar. Nada tan simple, esencial y profundo como respirar.
Porque en Iannamico el ojo, el tacto, el oído, la boca son las puertas
a la poesía. Respirar o no respirar es cuestión de vida o muerte y
respirar de un modo o de otro es hacer poesía o no hacerla.
Uno de los saltos claves, más arriesgados de la plaquette, es el poema
“El puente” donde al costado de la ruta con el auto averiado, el yo
planta dos versos inesperados: “y yo de pronto comprendo/ que escribir
coincide con vivir”. Tal vez sea la utopía de la poesía de Iannamico:
que escribir sea algo tan natural como vivir. Cruzar el puente
que los separa y los une para que “las dos líneas se hagan una” es,
otra vez, volver a los sentidos: “tal vez con respiración/ boca
a boca/ recupere el aliento y pueda/ cruzar el puente”. Llevar
al yo a las bocas sensoriales para que cada respiración tenga palabra.
Hacer del yo, quizás, algo celeste perfecto, un cristal claro,
ventana a lo que ve y, de este modo, permita el acontecer natural-poético.
O mejor: hacer del yo una llanura celeste donde pasen las cosas y
al pasar se escriban:“y el cielo/ celeste perfecto/ y nubes/ voluptuosas”.
Los momentos de oscuridad y, para trazar la paralela, los momentos
mismos de silencio, de no escritura; están incorporados a la luz y
a la escritura como partes del mismo ciclo natural: “pero fue un
rato/ como todo/ un tiempo/ como todo por acá”. Eso es, de hecho,
lo que enseña la naturaleza: a cada acontecimiento le sucede otro
y luego otro y otro; se trata de momentos. Después del eclipse
la luna vuelve a brillar, el sol muere cada día para volver a nacer.
En este sentido no es casual que “Eclipse” y “Ocaso”, momentos oscuros
del ciclo, recorten la escritura, abran y cierren la plaquette -respectivamente-.
Otra imagen para pensar la poesía –en general- de Iannamico (exceptuando
Mamushkas, que es de un universo más cerrado), es la del tendal,
nombre de uno de sus libros publicados en el 2001 por Del Diego, que
el diccionario define como “cosas o personas extendidas por el suelo
después de algún suceso”. Los poemas son las prendas esparcidas, tendidas,
respirando, donde aparece el suceso sucediendo (la mayoría de sus
poemas están en presente). Los textos comparten este tono celeste
y por lo tanto se integran en una unidad: “El tendal de ropa/ cómo
me gusta /.../ tan variado/ .../ y sin embargo es una unidad/ cada
tendal/ como una familia numerosa” (El collar de fideos).