La Escalera
Nicolás
Fernández Vicente
Bahía
Blanca, Cooperativa Editora El Calamar, 2005.
Por
Mercedes Escardó
Con un lenguaje simple y directo La Escalera nos da el acceso
a un mundo al que la poesía actual no nos tiene acostumbrados. La
poesía contemporánea, con sus referencias a la vida urbana, su trabajo
sobre el lenguaje o los temas más arquetípicos, no habla de la vida
del pueblo, la vida sencilla y “chiquita ” del interior de la provincia.
En este sentido, el libro de Fernández Vicente logra el equilibrio
entre mostrar el microcosmos pueblerino y que su visión no sea inocente.
La Escalera nos remite al pasado desde la imagen de tapa. Un
niño sonriente en cuclillas con una pelota de fútbol entre cajones
de botellas de gaseosa. Cientos de cajones de los de antes, con botellas
de vidrio de las que ya casi no se ven. Un pasado que en el barrio
Bella Vista, Bahía Blanca sigue vigente. La escalera da nombre al
almacén y es el acceso que se convierte en umbral. Umbral como punto
medio entre el adentro y el afuera, como lugar de encuentro, como
límite, como comienzo. Como primer escalón y puerta de entrada a la
vida de un almacén de barrio.
El textocomienza con el nacimiento del almacén: el documento que certifica
su compra. Y luego, como segundo epígrafe, un poema que destaca el
rol fundamental del almacén del barrio: “hablar... / pronosticar...
/ recrear... / opinar... / dar a conocer... / anotar... / pedir prestado...
/ chusmear / lo que sea / toda una vida en el barrio”. Un espacio
que permite que la esencia del barrio se manifieste.
Un almacén, que una vez descripto en su eclecticismo y diversidad,
nos muestra la vida de todo el pueblo. Un pueblo grande en el que
el fiado se mezcla con el Feng Shui y cada voz agrega un matiz: el
quinielero, el repartidor, la dueña malhumorada. En cada poema, una
descripción que llega hasta justo antes de que se escape la opinión,
exceptuando el caso del prócer del pueblo.
Es quizás en esta parte del texto en donde la voz del Yo se hace más
nítida. “Envolviendo huevos”, con sus tres poemas, ironiza sobre la
visión de grandeza del fundador del diario local – que sirve en definitiva
un “papel fundamental” para que no se rompan los huevos. Entonces
el Yo no se deja engañar por este mundo que es el almacén. Un mundo
que parece quedarle chico aún sin dejar de parecerle fascinante.
Con un tratamiento simple y directo, los poemas de Nicolás nos permiten
acercarnos a un universo que se manifiesta con sus propios códigos
y lenguaje. Un ámbito que para los que vivimos toda la vida en Capital
o el Conurbano nos permite el descenso a la infancia, a “hacer los
mandados”, a jugar en la calle y a los abuelos, con sus creencias
y supersticiones.
Fernández Vicente logra con un estilo minimalista – con algunas características
del haiku, incluso – reflejar el día a día de una ciudad pequeña que
no se reconoce como tal. Un lugar que se nos presenta alejado y distante,
prácticamente desconectado del exterior. Afectado por el mundo “grande”
sólo en ocasiones: “Algo ha cambiado / ... / un helicóptero que
se aleja”; superficialmente. Una poesía de mirada cartográfica
que toma distancia y no se deja encantar por esa constelación que
es el almacén de barrio.