LOS MUSLOS SOBRE
LA GRAMA
Miguel Ángel Zapata
Bs. As. La Bohemia, 2005
Por
Oscar Hahn
Existe una tradición
del poema en prosa que atraviesa diversos espacios
y tiempos. Se origina en el romanticismo alemán, continúa en el simbolismo
francés, se prolonga en el surrealismo y desemboca en algunos autores
posmodernos. Entre los rasgos que configuran esta tradición se cuentan:
la creación de atmósferas encantadas, la invención de figuras afines
a los personajes de los cuentos de hadas, las referencias a manifestaciones
no convencionales de lo sagrado y las connotaciones o alusiones míticas.
En Hispanoamérica pertenecen a este canon poetas como el venezolano
José Antonio Ramos Sucre, la argentina
Alejandra Pizarnik,
y el colombiano Alvaro Mutis.
Habría que agregar ahora un nombre más reciente: el del poeta peruano
Miguel Angel Zapata, especialmente
en Lumbre de la letra(Lima,
1997), Escribir bajo el
polvo(Lima, 2000), El
cielo que me escribe (México: Ed. El Tucán de Virginia, 2002)
(Premio Latino de Literatura
2003 que otorga cada año el Instituto de Escritores
Latinoamericanos de Nueva York al mejor libro de poemas) y Los
muslos sobre la grama que ahora se publica en Buenos Aires.
Uno de los aciertos de
la poesía de Zapata es la invención del personaje
llamado el cuervo anacoreta; curioso pájaro que es convocado en tercera
persona o cuya voz escuchamos directamente a través de sus monólogos.
Es una especie de alter ego
del poeta y una materialización de su inconsciente (en ocasiones adquiere
el carácter de símbolo fálico). No es extraño entonces que muchos
de los rasgos definitorios de sus dos recientes libros se concentren
en esta sección: la atmósfera feérica, la fundación de pequeños mitos,
la sacralización de la realidad, el empleo de adjetivos cromáticos
(lluvia lila, árboles morados), entre los que destaca el color azul,
y la presencia de elementos naturales de gran brillo y pureza, como
la nieve, el sol y el cielo, todos correlatos de esferas superiores.
Agreguemos que el mundo fundado por los textos se mueve en esa zona
que une la vigilia y el sueño. Son visiones que se gestan en la simbiosis
entre la fantasía y la realidad contingente. Esto se aprecia con meridiana
claridad en uno de sus mejores poemas; el titulado "La iguana
de Casandra". De acuerdo con la información biográfica que manejamos,
todos los factores que Zapata pone en juego aquí provienen
de experiencias reales. Casandra, efectivamente, es una de sus hijas,
y la iguana era su animalito regalón. Sin embargo, estos y otros elementos
adquieren un aura de irrealidad, gracias a las connotaciones de las
palabras Casandra e iguana. Sabemos que la Casandra mitológica está
ligada a las artes adivinatorias y que la iguana, ese pequeño dragón,
todavía carga con su pasado mítico. La irrealización de lo real es
una de las técnicas más productivas de Miguel Angel Zapata.
He mencionado antes a
Ramos Sucre, Alejandra Pizarnik, y
Alvaro Mutis, como integrantes de la
misma tradición a la que pertenece Zapata;
pero hay un punto esencial en el que el peruano corre con colores
propios. A diferencia de esos tres autores,
en las prosas de Zapata no
hay nada alucinante ni perturbador ni funerario. Lo que hay en cambio
es una actitud de exploración y reconocimiento de las maravillas del
mundo, que son también las maravillas de la escritura.
La poesía de Zapata no es un diario de muerte. Es más bien un diario de la
vida leve, como lo llama él mismo. Emblemático de esta filosofía es
el poema "Los muslos sobre la grama".
El poeta está visitando un cementerio y de pronto
divisa a una muchacha que viste shorts y que pasa corriendo entre
las tumbas. Es una visión que lo induce a la siguiente reflexión:
“Y volví a pensar que la muerte no era un tema de lágrimas sino más
bien de gozo, cuando la vida continuaba vibrando con los muslos sobre
la grama”.
La poesía de Zapata
es el registro de una forma de vida que no deja huellas de sangre
en el texto, sino el rastro de un poeta singular que se interna con
regocijo en el valle sagrado de las letras. La obra poética de Miguel
Angel Zapata se destaca entre las voces literarias
más renovadoras en Hispanoamérica a partir de 1980. Esto se corrobora en la impecable
edición de El cielo que
me escribe. Ya
lo había anticipado el mismo Alvaro Mutis, en una breve nota, que
ahora cito: “La poesía de Miguel Angel Zapata es una poesía profundamente
personal y en extremo rica en posibilidades e imaginación, un rigor
y una continuidad en su trabajo poético, que no son comúnes en nuestro
continente tan poblado de talentos y tan escaso en verdaderos artesanos
de la poesía”.